viernes, 29 de octubre de 2010

Historia del amamantamiento

Si pretendemos comprender la lactancia materna desde el punto estrictamente biológico parece incuestionable, en tanto somos mamíferos, la leche materna es el mejor alimento para las crías humanas, y durante millones de años además fue el único. ¿Es que la cultura humana está perturbando la naturaleza?. Si midiéramos a los humanos solo con la vara de la biología como si fuéramos un mamífero más, aún así más deberíamos señalar algunas adaptaciones biológicas sumamente interesantes que sin duda contribuyeron a que hoy día seamos como somos.


Las huellas más antiguas conocidas de homínidos bípedos (3.7 millones de años), aproximadamente contemporáneas de las modificaciones de la mama humana, la sexualidad continua y posteriormente la pereja.


LOS PRIMEROS PASOS DE LA ESPECIE

En nuestra especie, en los primeros millones de años posteriores a la divergencia, se seleccionaron rasgos adaptativos muy interesantes relacionados con la lactancia: los senos globulares de las hembras humanas por ejemplo pueden ser considerados una maravilla adaptativa, o un cruel engaño (o un engaño maravilloso, como prefiera el lector).
Repasemos algunas de las más importantes características que nos metieron en el corredor evolutivo que terminaría dándole forma al homo sapiens-sapiens (que somos):

a) la bipedestación que liberó las manos de la locomoción permitiendo la acentuación del desarrollo viso-motor y la prensión fina, también acható las caderas en sentido antero-posterior complicando el pasaje del feto en el canal de parto.

b) el omnivorismo que nos condenó a la variedad y donde la ingesta de proteínas y grasas animales disparó el proceso de encefalización, con el coeficiente mas alto de los mamíferos superiores y con el correlato del aumento del volumen de la cabeza en las crías que, combinado con las modificaciones de la cadera, condicionaron nacimientos problemáticos y crías inmaduras (respecto al mundo animal) con una importante exterogestación para nutrir de estímulos ese órgano complejo y metabólicamente caro que es el cerebro humano.


c) la sexualidad continua separó sexualidad de reproducción, posibilitando al mismo tiempo el incremento de la fecundidad y modificaciones conductuales de y entre los géneros, que además vendrían a moderar los efectos de las problemáticas anteriores generadas por a) y b). Aquí se inscriben las modificaciones de la mama humana.



EL IMPACTO DE LA SEXUALIDAD CONTINUA

Aquellas hembras que presentaran en sus senos una película de grasa que luciera como la hinchazón de las mamas en el proceso hormonal correspondiente a la ovulación, atraerían más a los machos, aumentando la frecuencia de encuentros y posibilitando la transmisión de esas características a sus hijas. En grupos tan pequeños como los de los homínidos africanos de hace 5 millones de años una ventaja reproductiva (aún con una envergadura del 0,2%) se transmitiría rápidamente y en 15 generaciones ya tendríamos a todas las hembras con atractivos y mentirosos senos redondeados.

Pero además, la sexualidad continua cimentó las relaciones entre hembras y machos (que no tienen que luchar entre si) para la protección de las inmaduras crías de cerebros gigantescos y delicados, que demandaban proteínas y grasas animales solo posibles de obtener mediante la cooperación, la comunicación y la fabricación de herramientas.

Estas adaptaciones biológicas nos podrían hacer creer que el amamantamiento estaba instalado de por si y para siempre en la especie humana. Y sin duda fue así el 99% de la vida de nuestra especie en el planeta. Pero si redujésemos la humanidad (o la lactancia) a sus aspectos biológicos no comprenderíamos la humanidad (ni la lactancia).

En tanto no conocemos la realidad sino por los símbolos que creamos para comprenderla, la cultura humana, causa y efecto de nuestra humanidad, complejiza el análisis.
Porque con la revolución neolítica y la dependencia alimentaría de la agricultura y el pastoreo, con las papillas de cereal y la leche del ganado de ordeñe, la lactancia se verá primero complementada y luego francamente cuestionada.


Culturas que no contaron con el tipo de herbívoros capaz de proporcionar leche en abundancia continuaron amamantando normalmente a sus hijos. En Asia menor y central, Africa y Europa, en cambio, sobrevino un paulatino pasaje de la lactancia materna hacia sustitutos animales.

Con el paso del tiempo, el proceso iniciado miles de años atrás continuó, estableciéndose la diferencia entre mujeres pobres (que amamantaban) y "señoras de calidad" que no.
Hacia fines del siglo XIX todavía la alimentación de los bebés de las clases altas estaba a cargo de mujeres alquiladas o esclavas que en ocasiones desarrollaban con ellos vínculos maternos indisolubles.
CULTURA Y LACTANCIA
Es interesante ver cómo la introducción de la leche de los herbívoros domésticos condicionará un cambio en el pool genético de la humanidad. Transformándose la cultura en nuestra verdadera naturaleza.

En las poblaciones de primates (y seguramente también nuestros antepasados) el 95% de los individuos dejan de sintetizar lactasa, la enzima que permite metabolizar la lactosa –el azúcar de la leche- en dos azúcares simples sacarosa y galactosa- en el intestino, cerca de los cinco años de edad.
Este mecanismo está regulado por un gen y es el funcionamiento estadísticamente “normal” en especies que para proveerse de leche solo tienen a sus madres.

En estas poblaciones solo un 5% de “anormales” continúan sintetizando la enzima durante la adultez. La misma proporción se da entre los humanos cuyas culturas no basaron su alimentación en el “robo” de leche a sus animales domésticos, como la población china, japonesa, pacífico-insular, esquimal y americana nativa. Que son en un 95% intolerantes a la lactasa.

En cambio las poblaciones de Asia menor y central, África y Europa donde la supervivencia de los niños y los adultos se vio mejorada en los individuos con este gen anómalo que permitía seguir consumiendo leche de otros mamíferos hasta la adultez, la intolerancia a la lactasa es inversa 5% de intolerantes 95% de tolerantes.

Como vemos, este arreglo cultural que fue la domesticación y el ordeñe permitió mejorar la calidad de vida al aumentar las fuentes alimentarias que sobrevivieran mellizos (que en culturas cazadoras recolectoras es prácticamente imposible) y reducir los espacios intergenésicos y por lo tanto aumentar la población humana.

También en las culturas agrarias, de plantadores y agricultores, la lactancia materna se complementará con papillas, primero de cereal tostado y remojado y recién después del 6000 remojado y hervido.

El éxito de las unidades domésticas de producción mixta (agricultura y pastoreo) fue durante milenios (10.000 a 5000 AC) el motor de los cambios sociales y culturales que nos llevaron a esas organizaciones complejas que son los estados, con producción de excedentes agrarios (y apropiación diferenciada de esos excedentes por diferentes estratos o clases sociales) niveles de administración diferenciados, especializaciones en la producción y circulación de las mismas en intercambio en mercados con moneda y comercio de largo alcance.

En todos los estados, donde hay estratos sociales diferenciados también hay formas de vivir diferenciadas y por lo tanto cocinas diferenciadas (alta cocina, “cuisine” para los señores , baja cocina o cocina campesina o cocina a secas para los plebeyos).

Estas sociedades han marcado los privilegios de las mujeres aristocráticas separándolas de la alimentación. Hay dos actividades que -en todas las sociedades estatales desde hace 6000 años- marcan las diferencias sociales y son la molienda y el amamantamiento: las reinas ni muelen ni amamantan.
La separación de la función nutricia de la mujer aristocrática (que pasará por efecto de demostración a ser la aspiración de los demás estratos sociales) no es otra cosa que la inversión del proceso de dominación del cuerpo de la mujer y es consistente con la aparición de las cocinas diferenciadas (de pobres y de ricos) y cuerpos de clase (durante milenios las clases sociales se distinguían por el tamaño de la cintura, los ricos gordos, los pobres flacos).


Podemos rastrear esta interdicción cultural del amamantamiento en la aparición del "complejo de supremacía masculino" que aparece en las sociedades agrarias, en ambientes circunscriptos y con rápido crecimiento demográfico, donde la distribución empieza a sesgarse, estratificando la sociedad en clases (es decir “inventan” la pobreza) y limitando el consumo de la mitad femenina (porque se necesitan hombres fuertes para “invertir” en la guerra) en favor de la mitad masculina.

Con este rápido racconto de los procesos de producción que condicionaron la organización social vemos que la “competencia” de la lactancia materna tiene raíces muy antiguas y es producto de determinadas condiciones ecológicas, económicas, demográficas que priorizan ciertos y no otros contenidos culturales transformados en símbolos que dan sentido a lo que "hay que hacer " o al modelo de lo que “hay que ser”.

La industrialización pareció poder suplir la lactancia materna con productos aparentemente superiores que décadas después demostraron se altamente perjudiciales para los bebés. Sería recién a partir de los años '60 del siglo XX que el amamantamiento natural recobraría la importancia que comenzó a perder miles de años antes.

CUANDO EL BIBERÓN SUSTITUYÓ A LA TETA

La revolución industrial profundizará los símbolos de desprestigio de la lactancia poniendo como modelo de la producción el individuo-masculino-libre-dispuesto a vender su fuerza de trabajo en el mercado.

El modelo de mujer -madre-nodriza-maestra será condenado como no-moderno y típico de las sociedades del pasado cuando diversas instituciones suplan las funciones que hasta ese momento había cubierto la familia (educación: la escuela, salud: el hospital, cuidados: el asilo y la agro-industria: la alimentación, cada vez mas procesada, envasada, conservada y alejada de la naturaleza). Con la puesta a punto de las leches industriales se "liberará" a la mujer de la crianza para integrarla definitivamente al mundo del trabajo asalariado.

La introducción y expansión del consumo de leche en polvo fue impulsada por todos los sectores sociales, la industria alimentaria y la farmacéutica por obvias razones de conveniencioa pero los industriales en particular apoyaron la difusión de la leche en polvo como elemento clave de la reproducción de una fuerza de trabajo por demás escasa, los médicos (que competían por la mejor fórmula), los políticos (tanto los conservadores para los que “gobernar es poblar” como los socialistas que ponían a la leche en polvo como elemento de liberación femenina e igualdad frente al varón), diversos sectores de intereses divergentes por motivos contradictorios apoyaron y justificaron el levantamiento de la lactancia y sus sustitución por leche de vaca.

Hoy la alimentación está en crisis (la economía y los valores que también pero esos excede esta nota) y nos encontramos ante un verdadero dilema, si no cambiamos los patrones de consumo de TODOS (tanto los que viven en países pobres como aquellos que viven en países ricos) peligramos como especie.

La industria ha convertido los alimentos en OCNI (Objetos Comestibles No Identificados), las condiciones del mercado productivo no ofrecen empleo para todos por lo tanto el uso tiempo y del ingreso se vuelven problemas prioritarios.

El fin de la era industrial nos enfrenta a condiciones ecológicas, económicas, sociales y simbólicas totalmente diferentes a aquellas que dieron origen al desprecio por la lactancia. Por eso aquellas interdicciones culturales que separaban a la mujer de su cuerpo, excluyéndola de su función nutricia están perdiendo sustento y la lactancia materna se nos presenta como una recuperación de sentidos, ligada a la razón, a la ciencia, a la identidad a la salud, al bienestar económico y psicológico.

Antes que recuperar nuestra biología (que no ha cambiado mucho en los últimos 250.000 años) la recuperación de la lactancia materna se inscribe en la recomposición de guiones culturales que estructuran nuevas gramáticas del consumo alimentario.

Dadas estas nuevas condiciones (que podemos apoyar con las investigaciones) creemos que el esfuerzo de reinstalación de la lactancia está condenado al éxito, lo que no quiere decir que se deje se hacer el esfuerzo, sino que algunas de las condiciones culturales que apoyaban la resistencia al amamantamiento han caído y “solo” resta recuperar los guiones culturales que devuelvan a la mujer y al bebe el sano derecho de amamantar y ser amamantado.
Fuente: http://www.muval.com.uy/1_museo_virt_lact1.htm


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tetocalactancia: Video Desarrollo del bebe humano

tetocalactancia: Video Desarrollo del bebe humano: "El conocimiento de las caracteristicas y necesidades de los bebes es fundamental para que podamos lograr una crianza adecuada y que el pedi..."

sábado, 16 de octubre de 2010

Tu Hijo es una Buena Persona

Cuando una esposa afirma que su marido es muy bueno, probablemente es un hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable... En cambio, si una madre exclama "mi hijo es muy bueno", casi siempre quiere decir que se pasa el día durmiendo, o mejor que "no hace más que comer y dormir" (a un marido que se comportase así le llamaríamos holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de veces (y pronto repetirán) el chiste fácil: "¡Qué monos son... cuando duermen!"


Y así los estantes de las librerías, las páginas de las revistas, las ondas de la radio, se llenan de "problemas de la infancia": problemas de sueño, problemas de alimentación, problemas de conducta, problemas en la escuela, problemas con los hermanos... Se diría que cualquier cosa que haga un niño cuando está despierto ha de ser un problema.

Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso despiertos (sobre todo despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo de olvidarlo. Aún peor, con frecuencia llamamos "problemas", precisamente, a sus virtudes.


Tu hijo es generoso

Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan divertido!

Tal vez la mamá de Marta piense que su hija "no sabe compartir". Pero recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.


Tu hijo es desinteresado

Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le duele nada... pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere?

La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo cuando necesitase algo, y luego "si te he visto no me acuerdo"? ¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?

El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.

Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice "hambre", "agua", "susto", "pupa"; pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos sordos cuando sólo dice "mamá". Así, muchos niños se ven obligados a pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo... Se ven obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad: "papá, mamá, venid, os necesito", no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?


Tu hijo es valiente

Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. "¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!" Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte.

Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país. "Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar" es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en cambio, de un desconocido que les amenaza.

Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras... son exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.


Tu hijo sabe perdonar

Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No se quería bañar. Luchaba, se revolvía, era imposible sacarle el jersey por la cabeza (¿por qué harán esos cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la deja por imposible. Ya la bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa; a ver si entre los dos...

Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada durante unas horas. "¿Será posible?" "Mírala, no le pasa nada, era todo cuento".

No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? ("Mamá se ha estado portando mal..."). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.


Tu hijo sabe ceder

Jordi duerme en la habitación que sus padres le han asignado, en la cama que sus padres le han comprado, con el pijama y las sábanas que sus padres han elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la ropa que le indican, desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo, se deja abrochar y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole que sus padres han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del centro. Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera.

Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un "Tontanchante", "la tontería que se engancha y es un poco repugnante", y que todos los de su clase tienen ya. "Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?" "¡Yo quiero un Totanchante, yo quiero, yo quiero...!" Ya tenemos crisis.

Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al suicidio.

Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos "salimos con la nuestra" cien veces al día, son ellos los que ceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.


Tu hijo es sincero

¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso! Que nunca dijera en público "¿Por qué esa señora es calva?" o ¿Por qué ese señor es negro?" Que contestase "Sí" cuando le preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de contestar "Sí" a nuestra retórica pregunta "¿Pero tú crees que se pueden dejar todos los juguetes tirados de esta manera?"

Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese "feo vicio". Y, entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.


Tu hijo es un buen hermano

Imagínese que su esposa llega un día a casa con un guapo mozo, más joven que usted, y le dice: "Mira, Manolo, este es Luis, mi segundo marido. A partir de ahora viviremos los tres juntos, y seremos muy felices. Espero que sabrás compartir con él tu ordenador y tu máquina de afeitar. Como en la cama de matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el mayor, tendrás ahora una habitación para ti sólito. Pero te seguiré queriendo igual". ¿No le parece que estaría "un poquito" celoso? Pues un niño depende de sus padres mucho más que un marido de su esposa, y por tanto la llegada de un competidor representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que, aunque a veces abrazan tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que admitir que los niños se toman con notable ecuanimidad.


Tu hijo no tiene prejuicios

Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se ha negado a jugar con otro niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su ropa no es de marca o tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó decir "vienen en pateras y nos quitan los columpios a los españoles"? Tardaremos aún muchos años en enseñarles esas y otras lindezas.


Tu hijo es comprensivo

Conozco a una familia con varios hijos. El mayor sufre un retraso mental grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante años, tuvo la desagradable costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o adulto, que se pusiera a su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a sus hermanitos, con apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin gritar siquiera, con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un adulto viniera a liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con otros niños. Eran claramente capaces de entender que su hermano no era responsable de sus actos.

Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años ("De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis...") La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.


La semilla del bien

Observando el comportamiento de niños de uno a tres años en una guardería, unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno lloraba, los otros espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños que habían sufrido palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y golpeaban al que lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se peleaban el doble que los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni provocación aparente, una violencia gratuita que nunca se observaba en niños criados con cariño.

Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen de la "falta de disciplina", que se hubieran evitado con "una bofetada a tiempo". Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún tiempo "adecuado" para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita.


Dr. Carlos González, pediatra
Extractado de Bésame mucho