Hace unos días coordiné como tantísimas veces en mi labor
profesional, un encuentro de crianza para madres y padres, al que normalmente
vienen con sus hijos.
¿Qué es un encuentro de crianza? Es un espacio compartido de
padres e hijos. Los hijos están presentes por dos motivos principales: los
padres trabajan gran parte del día y no quieren sacrificar más horas de
ausencia. Los padres concurren para chequear datos, dudas acerca de la crianza
de sus hijos, por una sencilla razón. Los paradigmas de la crianza están
cambiando y no suelen tener referentes en su propio entorno, por lo que vienen
a verificar si lo que están haciendo es lo adecuado, o si su hijo tiene un
comportamiento agresivo o disfuncional (sueño, alimentación, control de esfínteres, etc.) cómo interpretarlo, y ayudarlo.
Normalmente hago una convocatoria al mes en mi sala. Hago
dos turnos, uno para bebés de hasta el primer año, y otro para bebés y niños
del 2do y 3er año de vida, ya que sus necesidades son muy diferentes, dado sus
momentos evolutivos. Hay lugar para hasta 12 niños, que vienen con la mamá, y
muchas veces se suma el papá.
En los grupos del primer año de vida, es interesante que
venga el papá, porque muchas veces la transmisora del tipo de crianza es la
mamá, y es bastante común que se quede sola, sin apoyo, incluso a veces por parte
de su propio compañero.
Así es más común que fracasen las lactancias (o que cuesten
muchísimo), o se perturbe el desarrollo del niño, porque cada uno quiere “hacer
como quiere” sin tener en cuenta de que el receptor de dos ideas diferentes y
de dos procederes diferentes es un mismo niño. Una, acude ante el mínimo malestar del
niño. El otro prefiere “que llore, así aprende que la vida no es como le estás
haciendo creer”. Una, prefirere colechar, mientras que el otro siente (o su
entorno le hace sentir) que “la pareja se pierde”. La madre suele ser
criticada por sus elecciones, y también el padre, al “permitir” que ella haga lo que quiera.
El niño suele sentirse más cómodo con uno de los dos
estilos, y termina rechazando al implementador del otro. Entonces se la acusa a
la madre de aislar al padre, de “echarlo”, de no compartir la crianza, cuando
la mamá, está solo protegiendo a su bebé y procurando darle lo que su hijo
necesita para estar tranquilo y seguro. O al revés en el caso de que el empático con el niño sea el papá.
Cuando ambos participan de un encuentro de crianza, los dos
por igual reciben la información acerca de los motivos por los que el niño
necesita lo que necesita, y lo saludable que resulta poder satisfacerlo. A
menudo es más fácil que se pongan de acuerdo. Muchas veces los adultos
necesitan hacer el duelo de su propia experiencia de crianza. Que resulta que
no fue tannn buena como quisieron creer. Y es importante recalcar que a su vez
sus padres hicieron lo que en ese momento creían que era lo mejor. Aunque en
realidad no era lo mejor.
Los encuentros del 2do año de vida en adelante, son bastante
más complejos. En el primer año de vida, nos ocupamos de los adultos, para que
puedan setearse de acuerdo a las necesidades del niño. En el segundo grupo,
recibimos a niños que ya han sido criados, al menos por un año. Ya desarrollaron
un sistema de confianza o de defensa. Ya tienen una acumulación de experiencias
que habilitan gestos amorosos o agresivos.
La ecuación más común es que la frustración de sus necesidades básicas
de contacto, lactancia, seguridad, etc, derivan en violencia. Entonces cuando
los padres vienen a “quejarse” o a lamentarse de que su hijo está agresivo,
pega o muerde, la tarea consiste en hacerles ver que eso no es más que un
resultado de lo que los niños estuvieron viviendo.
Hace más de 10 años que coordino encuentros de crianza. Sin
embargo, lo que sucedió el viernes pasado nunca había ocurrido antes.
El nivel de agresividad entre los niños que concurrieron era
altísimo. No todos, pero sí los suficientes como para convertir la sala en una
batalla campal.
Muchos padres atónitos (yo también) y sumamente
desconcertados, porque se suponía que venían a un lugar en donde iban a
aprender algo sobre sus hijos. No se pudo. No se pudo casi comenzar, que una
madre declaró que no se sentía cómoda y prefería retirarse. Elegía proteger a
su hijo antes de quedarse a escuchar algo que pudiera ayudarla. Le dije que
entendía perfectamente su elección y que estaba de acuerdo. En ese momento
todavía (ilusa yo!) creía que podría revertir la situación.
Imposible. Los padres de los “revoltosos” eran los que menos
intervenían, porque eran los que desesperadamente habían venido a escuchar una “solución
salvadora”.
Son los que han recibido millones de críticas, por “no
ponerle límites a sus hijos”, cuando ellos creen que no hacen otra cosa. Sus hijos
se parecen al demonio de Tasmania, y sólo les queda atarlos. Todo lo demás ya
lo han probado.
El caos de intervenir cada 2 minutos para evitar un golpe a
otro niño, o consolar a aquél que ya lo había recibido hizo que en un momento
me iluminara (por fin!) y decidiera suspender el encuentro, no sin antes
remarcar, que los niños no tenían la culpa de nada. Ellos solo estaban
transmitiendo un mensaje, a gritos, que los adultos aun no podían decodificar.
Les pedí que por favor antes de irse, que reflexionaran
acerca de lo que todos estábamos viviendo. Que este encuentro no debía caer en
la nada, había una lección muy importante para tomar. Indispensable.
Es claro que nadie hace las cosas mal a propósito, nadie
quiere ser mala madre, mal padre, mal profesional. Todos deseamos desarrollar
nuestro potencial al máximo posible. No es cuestión de señalar “fuiste mala
madre”. Jamás. Pero sí, de preguntarse ¿Cómo fue que aprendiste a maternar así?
¿Cómo fuiste maternada? Idem con el papá.
¿Cuántos baches tenemos en nuestra historia, cuánto daño
tiene nuestro niño interior, que nos impide conectarnos con el niño que hemos
engendrado, gestado, parido y ahora estamos criando?
Se fueron y quedé desolada. Preocupadísima. Es como si
viviéramos hoy las advertencias del cambio climático. La Antártida se derritió
hoy. La violencia apareció hoy. En niños de tan sólo 2 años.
Es urgente revisar nuestra historia, revisar qué hicimos con
nuestros hijos, SANAR lo que no fue, disculparnos, pedir disculpas. Y por
favor, generar otra civilización. De esta, ya no podemos esperar nada.
Los niños no pueden más.
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