sábado, 12 de marzo de 2016

Aprendizajes de un difícil encuentro de crianza



Hace unos días coordiné como tantísimas veces en mi labor profesional, un encuentro de crianza para madres y padres, al que normalmente vienen con sus hijos.

¿Qué es un encuentro de crianza? Es un espacio compartido de padres e hijos. Los hijos están presentes por dos motivos principales: los padres trabajan gran parte del día y no quieren sacrificar más horas de ausencia. Los padres concurren para chequear datos, dudas acerca de la crianza de sus hijos, por una sencilla razón. Los paradigmas de la crianza están cambiando y no suelen tener referentes en su propio entorno, por lo que vienen a verificar si lo que están haciendo es lo adecuado, o si su hijo tiene un comportamiento agresivo o disfuncional (sueño, alimentación, control de esfínteres, etc.) cómo interpretarlo, y ayudarlo.
Normalmente hago una convocatoria al mes en mi sala. Hago dos turnos, uno para bebés de hasta el primer año, y otro para bebés y niños del 2do y 3er año de vida, ya que sus necesidades son muy diferentes, dado sus momentos evolutivos. Hay lugar para hasta 12 niños, que vienen con la mamá, y muchas veces se suma el papá.
En los grupos del primer año de vida, es interesante que venga el papá, porque muchas veces la transmisora del tipo de crianza es la mamá, y es bastante común que se quede sola, sin apoyo, incluso a veces por parte de su propio compañero.
Así es más común que fracasen las lactancias (o que cuesten muchísimo), o se perturbe el desarrollo del niño, porque cada uno quiere “hacer como quiere” sin tener en cuenta de que el receptor de dos ideas diferentes y de dos procederes diferentes es un mismo niño. Una, acude ante el mínimo malestar del niño. El otro prefiere “que llore, así aprende que la vida no es como le estás haciendo creer”. Una, prefirere colechar, mientras que el otro siente (o su entorno le hace sentir) que “la pareja se pierde”. La madre suele ser criticada por sus elecciones, y también el padre, al “permitir” que ella haga lo que quiera.
El niño suele sentirse más cómodo con uno de los dos estilos, y termina rechazando al implementador del otro. Entonces se la acusa a la madre de aislar al padre, de “echarlo”, de no compartir la crianza, cuando la mamá, está solo protegiendo a su bebé y procurando darle lo que su hijo necesita para estar tranquilo y seguro. O al revés en el caso de que el empático con el niño sea el papá.
Cuando ambos participan de un encuentro de crianza, los dos por igual reciben la información acerca de los motivos por los que el niño necesita lo que necesita, y lo saludable que resulta poder satisfacerlo. A menudo es más fácil que se pongan de acuerdo. Muchas veces los adultos necesitan hacer el duelo de su propia experiencia de crianza. Que resulta que no fue tannn buena como quisieron creer. Y es importante recalcar que a su vez sus padres hicieron lo que en ese momento creían que era lo mejor. Aunque en realidad no era lo mejor.
Los encuentros del 2do año de vida en adelante, son bastante más complejos. En el primer año de vida, nos ocupamos de los adultos, para que puedan setearse de acuerdo a las necesidades del niño. En el segundo grupo, recibimos a niños que ya han sido criados, al menos por un año. Ya desarrollaron un sistema de confianza o de defensa. Ya tienen una acumulación de experiencias que habilitan gestos amorosos o agresivos.

La ecuación más común es  que la frustración de sus necesidades básicas de contacto, lactancia, seguridad, etc, derivan en violencia. Entonces cuando los padres vienen a “quejarse” o a lamentarse de que su hijo está agresivo, pega o muerde, la tarea consiste en hacerles ver que eso no es más que un resultado de lo que los niños estuvieron viviendo.
Hace más de 10 años que coordino encuentros de crianza. Sin embargo, lo que sucedió el viernes pasado nunca había ocurrido antes.
El nivel de agresividad entre los niños que concurrieron era altísimo. No todos, pero sí los suficientes como para convertir la sala en una batalla campal.
Muchos padres atónitos (yo también) y sumamente desconcertados, porque se suponía que venían a un lugar en donde iban a aprender algo sobre sus hijos. No se pudo. No se pudo casi comenzar, que una madre declaró que no se sentía cómoda y prefería retirarse. Elegía proteger a su hijo antes de quedarse a escuchar algo que pudiera ayudarla. Le dije que entendía perfectamente su elección y que estaba de acuerdo. En ese momento todavía (ilusa yo!) creía que podría revertir la situación.
Imposible. Los padres de los “revoltosos” eran los que menos intervenían, porque eran los que desesperadamente habían venido a escuchar una “solución salvadora”.
Son los que han recibido millones de críticas, por “no ponerle límites a sus hijos”, cuando ellos creen que no hacen otra cosa. Sus hijos se parecen al demonio de Tasmania, y sólo les queda atarlos. Todo lo demás ya lo han probado.
El caos de intervenir cada 2 minutos para evitar un golpe a otro niño, o consolar a aquél que ya lo había recibido hizo que en un momento me iluminara (por fin!) y decidiera suspender el encuentro, no sin antes remarcar, que los niños no tenían la culpa de nada. Ellos solo estaban transmitiendo un mensaje, a gritos, que los adultos aun no podían decodificar.

Les pedí que por favor antes de irse, que reflexionaran acerca de lo que todos estábamos viviendo. Que este encuentro no debía caer en la nada, había una lección muy importante para tomar. Indispensable.
Es claro que nadie hace las cosas mal a propósito, nadie quiere ser mala madre, mal padre, mal profesional. Todos deseamos desarrollar nuestro potencial al máximo posible. No es cuestión de señalar “fuiste mala madre”. Jamás. Pero sí, de preguntarse ¿Cómo fue que aprendiste a maternar así? ¿Cómo fuiste maternada? Idem con el papá.
¿Cuántos baches tenemos en nuestra historia, cuánto daño tiene nuestro niño interior, que nos impide conectarnos con el niño que hemos engendrado, gestado, parido y ahora estamos criando?
Se fueron y quedé desolada. Preocupadísima. Es como si viviéramos hoy las advertencias del cambio climático. La Antártida se derritió hoy. La violencia apareció hoy. En niños de tan sólo 2 años.
Es urgente revisar nuestra historia, revisar qué hicimos con nuestros hijos, SANAR lo que no fue, disculparnos, pedir disculpas. Y por favor, generar otra civilización. De esta, ya no podemos esperar nada.

Los niños no pueden más.

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