Durante mi primer embarazo me dediqué a convivir con las náuseas, los
olores y la acidez, leía semana a semana cómo se desarrollaba la beba, cumplía
rigurosamente las indicaciones del obstetra, y disfrutaba oír el latido de su
corazón en cada ecografía. Pero poco leí sobre el parto y nunca pensé en
reflexionar sobre mis deseos a la hora de parir. Elegí al obstetra por recomendación
de una amiga, y asumí como normal el poco tiempo ofrecido en cada consulta y la
falta de respuesta hacia mis inquietudes. Dos meses antes de la fecha probable
de parto Agustina nace de manera prematura por una fisura de membranas. Nació
por cesárea porque el médico estaba de viaje, y su reemplazo no quería correr
riesgos, en palabras de la partera “prefiero una cesárea más, a un bebé
menos”. Angustia, incertidumbre, ignorancia. Me sentí muy sola. Había
sido madre por primera vez, y no había sido el momento más increíble de mi
vida.
El embarazo de Julieta lo viví con terror a repetir la historia.
No sentí necesario cambiar de equipo médico, pero sí de ser más clara y más
sincera. Quería un acompañamiento diferente, y deseaba vivir el parto en paz,
disfrutando cada momento, y respetando los tiempos de nuestro bebé y de mi
cuerpo. Durante la consulta de la semana 39, sin mi consentimiento el obstetra
durante el tacto me realiza una maniobra para inducir el nacimiento (Hamilton).
Grité de dolor, sangré, y fui a cesárea de nuevo. El motivo fue “inminencia de
rotura uterina”, pero no debe haber sido tan urgente porque nació 48hs después
cuándo el obstetra consiguió lugar en el quirófano. Por segunda vez, no me
animé a discutir y confirmé la poca intención del médico en respetar nuestros
tiempos. Julieta todavía no estaba lista para nacer. Siempre me consideré una
mujer inteligente pero ¿cómo no pude prepararme mejor? Me llevó tiempo
perdonarme.
La recuperación física de las cesáreas fue más rápida que la
recuperación emocional. No conseguía sacudirme ese sentimiento de “tristeza”,
de “responsabilidad”. Conversando con una amiga en el trabajo, lejos de
minimizar mi dolor me sugirió registrarme en el foro ApoyoCesáreas de la
Asociación El Parto es Nuestro. Inmediatamente comencé a participar activamente
de los foros y descubrí la cantidad de mujeres a lo largo del mundo que sentían
lo mismo que yo. ¡No era la única! Y si bien, no me alegraba saber que las
cesáreas innecesarias eran moneda corriente, me sentía acompañada y aprendía
muchísimo con cada intercambio.
La llegada de la doula.
Llegó en un momento “especial”, algunos meses después del nacimiento de
Julieta, nuestra segunda hija. Este nacimiento tuvo un sabor agridulce, me
sentía feliz por tener a nuestra pequeñita en brazos, pero su llegada al mundo
no había sido cómo la había planeado. Y era la segunda vez que me pasaba… Una tarde recibí un relato de parto que me impactó porque me sentí muy
identificada. Su primer hijo había nacido por cesárea innecesaria cómo producto
de una inducción fallida, y ella sentía que había sido “apurada”, “violentada”
que el parto no había sido suyo, ni ella ni su bebé habían sido protagonistas.
Otros (los médicos) habían tomado las decisiones. Y esta experiencia, de cara a
su nuevo embarazo la había llevado a informarse, empoderarse, cambiar el equipo
médico y a contar con una doula. ¿Una doula? Nunca había oído de ellas. Me
quedó resonando. Empecé a investigar. Cuánto más leía, más me gustaba la idea.
Me parecía fascinante pensar en mujeres acompañando mujeres, tejiendo redes,
sosteniéndose, compartiendo experiencias, aprendiendo juntas… El año
pasado sentí la necesidad de entrar en este mundo, de convertirme en “factor
multiplicador”, en utilizar mi experiencia para ayudar a otras mujeres a
empoderarse, y entonces decidí formarme como doula. Y durante la formación
conocí a Meli (Melina Bronfman) y enseguida supe que sería nuestra doula.
El embarazo y nacimiento de Lucas fue un mundo de diferencia en
comparación con el nacimiento de sus hermanas. Y esta diferencia radicó
principalmente en cómo viví el embarazo y el parto. Melina y Julia nos
acompañaron desde la palabra y el silencio, desde la mirada y el abrazo, nunca
nos juzgaron, siempre tuvieron tiempo para nosotros, fueron incondicionales,
nos ayudaron a reflexionar y ser muy conscientes a la hora de tomar las
decisiones. Pude disfrutar, pude sentirme protagonista de mi parto, y pude
vivir uno de los momentos más increíbles e inolvidables de mi vida. Soy muy
consciente que no hubiera podido hacerlo sola. Citando a Michel Odent, “el
valor de una doula radica fundamentalmente en lo que “es”, y no en lo que sabe
o hace.”. La doula es madre y mujer. La doula acompaña y sostiene
emocionalmente a la mamá que pare, y al padre que acompaña. La doula no ocupa
un lugar protagónico en el escenario del embarazo, nacimiento, lactancia,
puerperio y crianza, los claros protagonistas son el bebé y la mamá. Sin
embargo, desde el lugar de cómo vivencian y experimentan estos procesos esa
mamá (papá) y ese bebé, sí ocupa un lugar protagónico. Desde mi experiencia,
contar con nuestras doulas, fue una de las mejores decisiones que tomamos.
Una doula entiende el embarazo y el parto como una
experiencia única y trascendental en la vida de esa mamá y ese bebé. Por esta
razón, brindará información para empoderar a la madre y conseguir un nacimiento
de acuerdo a sus expectativas, y por el otro lado, será un apoyo emocional
importantísimo para todo el grupo familiar
A principios de mayo confirmamos que seríamos
padres nuevamente. Lucas estaba gestándose y con Matías (mi marido) habíamos
decidido transitar este embarazo de manera diferente: con información y muy
bien acompañados. Leímos libros, documentos y links sobre fisiología del
embarazo y parto, cambiamos de equipo médico y decidimos contar con una doula.
Esa misma semana me comunico con Meli y acordamos una primera entrevista. El
encuentro consistió en presentamos, conversar sobre los nacimientos de nuestras
hijas, los propios, y pasar en limpio las expectativas en relación a su
acompañamiento. El tiempo voló. Salí con una sonrisa.
Durante los siguientes meses en cada encuentro nos
dedicamos a conversar sobre cómo deseaba vivir el parto, dónde iba a nacer y
con qué equipo médico queríamos recibir a Lucas. Teníamos claro que no
queríamos protocolos ni intervenciones innecesarias, y para asegurarnos, elaboramos
un plan de parto vaginal / cesárea para presentar al obstetra, la partera y el
sanatorio. Por otro lado, Melina nos invitó a participar de un taller de cinco
encuentros para parejas gestantes. Que se convirtió en una experiencia
maravillosa porque no era el típico curso preparto donde la partera baja línea
y una se dedica a escuchar y tratar de entender, al contrario, eran encuentros
de parejas compartiendo información, tomando decisiones, acompañándose, y
disfrutando la gestación de sus hijos. En este taller aprendimos técnicas y
posturas para sobrellevar el final del embarazo y el parto, me conecté con mi
cuerpo como nunca lo había hecho, y terminé de entender conceptos claves como
“fisiología” y “regulación”. En este taller conocimos a Julia, doula que
trabaja junto a Melina en los acompañamientos. Cada vez me sentía más feliz,
por fin, había tomado las riendas de mi embarazo y mi parto.
Para agosto ya habíamos elegido el obstetra y
sanatorio (Sanatorio de la Trinidad de Palermo). En uno de los primeros
controles conversamos el plan de parto/cesárea. Lo leímos juntos y nos
felicitó, estaba de acuerdo en prácticamente todo. En relación al
acompañamiento de una doula, nos dijo que sus parteras lo eran y qué podíamos
contar con ellas. Definitivamente no, con Meli y Julia habíamos construido una
relación, nos conocían, yo me sentía muy acompañada y segura, para mí no era lo
mismo, había un mundo de diferencia. Entendió mis razones y accedió a trabajar
en conjunto con ellas. Los meses transcurrieron con mucha calma, nos juntábamos
con Meli y Julia una vez por mes, pero manteníamos un contacto por chat diario.
Por primera vez, me dediqué a disfrutar y conectar con nuestro bebé.
Llegó enero, nuestra FPP de parto era el 26.
Durante estas semanas estuvimos muy conectadas. El 19, a las 4 am, le mando un
mensaje a Meli “Fisuré bolsa, estoy expulsando el tapón, el líquido es claro.
Lucas quiere nacer”. Envío el mensaje y automáticamente recibo la llamada de
Meli, estaba pendiente, me encantó. Durante la conversación lloré mucho, estaba
tan feliz de sentir contracciones por primera vez, trabajé mucho para
devolverle el voto de confianza a mi cuerpo, y ahí estaba mostrándome que sabía
perfectamente qué hacer. Acordamos seguir en contacto, habíamos planificado
hacer gran parte del trabajo de parto en casa y trasladarnos a la institución
con dilatación avanzada. Nos aconsejó intentar dormir un rato. A las 8 decidí
levantarme para decorar la torta de mi hija mayor, ese día cumplía sus 7 años.
Poco pude hacer, las contracciones eran llevaderas pero intensas. Llamé a mis
papás para que buscaran a las nenas, y me comuniqué con Meli para pedirle que
viniera. A partir de este momento, viví en mi casa un trabajo de parto que
nunca voy a olvidar. Cada rincón quedó impregnado de recuerdos hermosos.
Disfruté sentir el paso de las horas sin presiones ni miedo ni angustia. Desde
las 12 del mediodía, hasta las 9 de la mañana del martes 20, bailé en brazos de
Meli y Mati al ritmo de las contracciones por momentos regulares, por momentos irregulares,
dolorosas y no tanto. Entendí que no todo dolor es malo, y que hay dolores que
merecen ser disfrutados. Meli ocupó un lugar clave: nos acompañó a los tres
brindándonos seguridad, confianza. Siempre tuvo la palabra justa, el silencio
necesario o el masaje perfecto para llevar mejor las contracciones. Pasé ese
día recorriendo mi casa: de la ducha, al inodoro, del inodoro a la pelota, de
la pelota al sillón.
BAILANDO UN LENTO EN LA MADRUGADA |
LOS ITINERARIOS DE MI TRABAJO DE PARTO EN CASA |
Perdí la noción del tiempo. Llegó la noche, me senté en el
sillón y me quedé dormida. Recuerdo despertarme por una contracción dolorosa,
mirar el reloj (3 a.m.), girar la cabeza y encontrarme los ojos de Meli
mirándome, sonriéndome, y preguntándome si necesitaba algo. Me sentía feliz.
Para las 9 a.m. contactamos al obstetra, y cómo tenía una buena dinámica de
parto decidimos trasladarnos a la clínica. Matías manejaba y Meli viajaba
conmigo en el asiento de atrás. Llegamos a la institución, y continué mi
trabajo de parto. Julia reemplazó a Meli que se fue a descansar.
Accedo al
tacto, y el obstetra confirma 4-5 cm de dilatación, buena dinámica. Falta. Nos
deja solos en la habitación, con la indicación de no ser molestados. Y así
seguí dilatando. De 4, pasé a 7, y de 7 a 10, llevé las contracciones sin
analgesia, sólo acompañada de miradas de confianza, abrazos y palabras de amor.
SIGUIÓ MI TRABAJO DE PARTO EN LA CLÍNICA |
Después de 9 horas de dilatación, sin sufrimiento fetal, Lucas seguía sin
encajarse. Nuestro obstetra nos plantea la primera intervención. Su planteo
fueron 3 escenarios: circular de cordón, cordón corto o posición de la cabeza
del bebé. Para resolver continuar con el trabajo de parto, nos propone romper
artificialmente la bolsa. En caso de cordón corto o circular, rompiendo la
bolsa, Lucas bajaría, y apoyaría la cabeza para terminar de encajar y nacer.
Nos tomamos un rato con Matías y Julia para pensar y decidir. Dimos el ok para
la intervención. Al ser trasladada al quirófano, nos despedimos de Julia con un
abrazo inmenso. Transité 4 horas más de trabajo de parto con bolsa rota, y
Lucas siguió sin encajarse. En este momento, el obstetra asume que está mal
ubicado, y bastó que me dijera “presentación de frente” para recordar el Libro
Cesárea de Michel Odent, las indicaciones absolutas de cesárea. Esta era una. Y
fue en este momento, donde agarré fuerte a Mati de la mano, y con lágrimas en
los ojos, le dije que terminaría en cesárea. Por un momento, el mundo dejó de
girar. Hablé con Lucas, y me entregué. Recordamos nuestro plan de cesárea con
el obstetra y quedó claro que no se harían ninguna de las intervenciones
innecesarias a Lucas, ni separación, ni mil cosas más. Y así, 48hs después,
nació Lucas mediante una cesárea necesaria, acompañada y respetada.
El resto,
fue maravilloso… Piel con piel, inicio de la lactancia desde el minuto 0,
miradas profundas entre los tres… En el momento de nacer, bajaron las luces,
hicieron silencio, y sólo nos escuchó a nosotros darle la bienvenida. Fue una
cesárea totalmente diferente a las anteriores. Nuestro bebé nació el martes 20
de enero a las 22:50hs pesando 4,053 grs de belleza absoluta y el amor más
puro. Al día siguiente Meli y Julia nos vinieron a visitar y a conocer a Lucas.
Hablamos mucho, lloré un montón, y se llevaron la placenta para hacernos las
impresiones (ver foto). El acompañamiento continuó en casa, en encuentros y por
chat. Estoy eternamente agradecida con ellas.FOTO DEL EQUIPO, IMPRESIÓN DE PLACENTA INCLUIDA. |
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