Nota: en el artículo
hablo de “bebé” y “niño”, pero me estoy refiriendo a niños y niñas.
Criar un bebé es una tarea difícil, por varios motivos: para
el bebé es difícil ser bebé, y para el adulto, es difícil acompañar a alguien que
lo está pasando mal. El bebé emite señales y el adulto debe interpretarlas, éste
y no siempre lo logra.
Para colmo, vivimos en una época en la que los conceptos acerca
de la crianza son diversos, diametralmente opuestos me atrevería a afirmar. Se suelen
encontrar artículos en los que se recomienda dejar llorar al bebé para que “no
le tome el tiempo al adulto”, y otros en donde se fundamenta por qué hacer
semejante cosa es perjudicial para el niño.
Se recomienda estimular al bebé para que desarrolle sus
potencialidades al máximo, y otras voces desrecomiendan rotundamente la
estimulación, porque explican que en realidad limita el desarrollo. Y así las
jóvenes madres se encuentran en la disyuntiva de elegir de acuerdo al fundamento
con el que se identifican, aquél que les hace más sentido, o quizás aquél que
ha primado en su familia como hábito de crianza, sin cuestionamiento alguno
acerca de sus posibles efectos.
No ha de faltar el temido comentario del entorno mayor “a ti
te hemos criado así y bastante bien has salido” o lo que es peor aún, cuando
los mismos padres justifican enfoques nocivos de crianza con el “a mí me han
criado así y soy una persona de bien”.
Pero, entonces ¿cómo saber? ¿qué está “bien” y qué está “mal”?
Existe al menos una respuesta inequívoca que nos puede guiar
en todo momento, y esta respuesta es LA FISIOLOGÍA. La fisiología es el
comportamiento espontáneo del organismo para regularse y desarrollarse. Es inequívoca,
indispensable e inevitable. Tiene una expectativa que debe ser satisfecha. Un ejemplo
muy sencillo de la necesidad de satisfacción de la fisiología es el sueño. Si no
llegamos a dormir la cantidad necesaria de horas, comenzamos a debilitarnos, a
fallar en nuestras acciones y si seguimos sin respetar esta necesidad, finalmente
redundamos en un deterioro generalizado de la salud.
Si nos alejamos de
ella, enfermamos físicamente. Si nos seguimos alejando, enfermamos
psíquicamente.
Dos errores graves que los adultos cometen durante la
crianza de sus hijos.
1 NO ATENDER LAS SEÑALES DEL BEBÉ.
Hablando acerca de lo que un bebé necesita, desde el punto
de vista de la fisiología, es contacto permanente con el cuerpo de su madre,
lactancia a respuesta, atención personalizada (por ejemplo durante el cambio de
pañal, no hacerlo de manera mecánica ni estandarizada, sino contándole al bebé
qué se le está realizando en su cuerpo). Todas estas satisfacciones lo
convertirán en un ser seguro, porque las respuestas que obtiene de su entorno
le confirman lo que estuvo sintiendo. Un bebé que llora por el motivo que sea
(hambre, sueño, miedo) y no es atendido, comienza a confundir sus propias
sensaciones, con válidas o no válidas. Porque si fuesen válidas, serían
atendidas, ¿verdad? Y entonces si nadie se ocupa de ellas, es que lo que le
ocurre no es importante, o no es correcto que le ocurra. Con el tiempo, el bebé
aprende a no emitir señales de disconfort. Este patrón de “no pedir”, de
sumisión ante el disconfort, ya está formateado en su cerebro y a menos que en
su vida consciente pueda observar que se trata de un aprendizaje forzado, pero
antifisiológico, y por lo tanto trabajar para revertirlo, esta persona estará en
realidad preparada para someterse a las decisiones de otras personas, por más
caro que sea el precio a pagar por esta sumisión.
No atender las necesidades del bebé conlleva a consecuencias gravísimas, muchos autores se han ocupado de describirlas, sólo he apenas esbozado con ligereza un tema que ha sido descripto en volúmenes enteros.
2 LA ESTIMULACIÓN
Este punto es muy extenso y aparentemente muy controversial.
Sugiero que se lo lea con detenimiento para no perder detalle, porque será muy
necesario tener claros los argumentos para poder esclarecer la posición tomada
al respecto.
Creer que el bebé necesita ser estimulado para desarrollar
su potencial es la idea que más difusión tiene hasta el día de hoy. Ya sabemos
que dejar llorar a un niño es nocivo para su cerebro. Hay estudios que lo
confirman. Incluso datos duros, imágenes cerebrales de niños expuestos al
llanto y sufrimiento que demuestran que su cerebro tiene un desarrollo más
pobre que aquel niño que conoce las respuestas adecuadas a sus necesidades. Pero
sobre la estimulación, no hay mucho desarrollado aún, o al menos que esté
masivamente difundido. En todas las carreras enfocadas a los tratamientos de
personas de cualquier edad con algún déficit, la orientación siempre es a la
estimulación. Soy Musicoterapeuta y doy fe de ello. Las profesionales formadas
(y formateadas) en otras carreras
análogas (terapia ocupacional, estimulación temprana) dan cuenta de este
enfoque. “El niño tiene que“es el mandato silencioso que tienen en su cabeza
todo el tiempo. Considero necesario definir a qué llamo “estimulación”. Es una
experiencia artificial, no creada por el niño, pero sí para él, destinada
generar una respuesta que satisfaga al adulto o a las expectativas que el
adulto tiene de determinado niño o de un grupo. Se basa en los resultados a los
que un niño llega, o a niveles evolutivos esperables (estimular a un niño a
realizar determinado movimiento con alguna parte de su cuerpo, el ejemplo más
común es colocar el niño boca abajo para que levante la cabeza y “fortalezca”
la musculatura paravertebral cervical), procurando anticiparse a lo que sabe
que ocurrirá espontáneamente, y desarrollando una técnica que supuestamente
provocará dicho resultado.
Someter a un niño
tanto a sesiones de estimulación como a experiencias estimulatorias lo lleva a
creer que no puede lograr nada por sí mismo. Formatea su cerebro en el modo “necesito
ayuda”*, yo solo no sé /no puedo/no se me ocurre/no soy capaz.
* Esta combinación con la anterior “cuando necesito ayuda no
la obtengo” puede ser catastrófica para el niño, porque lo lleva a un estado de
indefensión y sometimientos muy profundos. En definitiva, el adulto lo “ayudará”
cuando crea conveniente.
El niño pierde toda libertad de acción y creación. Su mirada
queda enfocada hacia el adulto, como pidiendo permiso o preguntando si así “está
bien”, está haciendo lo que se esperaba de él.
¿Qué más se pierde? La espontaneidad, la curiosidad, la riqueza
de aprendizaje, el orden genuino y la manera en el que el desarrollo iba a
ocurrir.
¿Qué se obtiene?
·
Una relación estímulo – respuesta. El niño
responde siempre y cuando exista el estímulo. Pero cuando este no existe, ¿qué
hace entonces el niño? En el mejor de los casos, pide. En el peor, espera.
·
Pobreza de acciones y de iniciativa: el niño sólo
aprendió a ejecutar aquello para lo que se lo ha entrenado. A veces voy a las
plazas (a sufrir, sinceramente) y observo a los niños jugar y a sus
acompañantes. Muchas veces son sus madres, algunas ocasiones su padres, algunos
abuelos y personal doméstico, niñeras, etc. La escena del niño que pierde el equilibrio,
cae al suelo, queda inmóvil (ni siquiera atina a intentar levantarse) el adulto
se acerca y lo pone de pie como si se tratara de un maniquí, se ha repetido
delante de mis ojos con todos los adultos que he mencionado. El patrón instalado
es grave: no sabemos si no sabe ponerse de pie, o si no cree que puede hacerlo,
o si cree que no le está permitido.
·
Limitación de movilidad. Dos ejemplos:
1. El gateo es parte indispensable del desarrollo
de la motricidad. Es precursor de la marcha en la coordinación y en la gestión
del equilibrio. Los niños que son puestos en posición sentada por parte de los
adultos no aprenden a salir de dicha posición, porque no construyeron la
llegada, no pueden deconstruir la salida. Muchas veces como consecuencia no
llegan a desarrollar el gateo. A veces logran desplazarse dando saltitos con el
trasero. Otras ni siquiera lo intentan. El adulto determinó que debía quedarse
en ese lugar con sus juguetes, y allí queda, a veces horas. O llora.
2.
La colocación en decúbito ventral, desde ahora DV(panza
abajo) para que eleve la cabeza y ejercite la musculatura del cuello. El bebé,
si es colocado de espaldas, logrará dominar la rotación de su cabeza y el
precario equilibrio que implica mantener alineada su columna en sus diferentes
segmentos (cabeza, cervicales, dorsales lumbares y sacro-pelvis) antes de
animarse a cambiar de posición en el espacio. Luego va tanteando colocarse de
costado hasta que finalmente logra colocarse por sí mismo en DV. Para lograrlo,
ha elevado sus piernas millones de veces, a tonificado su musculatura
abdominal, ha integrado todo su cuerpo en el movimiento. Cuando llega por sí
mismo a la posición boca abajo, domina muchas posiciones intermediarias y hace
todo de manera voluntaria y electiva. En cambio si es colocado de muy pequeño
en DV , el bebé se ve forzado a levantar la cabeza repetidas veces porque la
posición resulta muy incómoda (muchos bebés suelen llorar cuando el adulto los
coloca en esa posición) interfiere con la respiración, y el movimiento, lejos
de ser voluntario, es REFLEJO y defensivo. Lo hace porque no puede hacer otra
cosa, pero tampoco puede seguir así. Dicha ejercitación disocia además el
funcionamiento de las cadenas musculares. El bebé no integra el movimiento con
toda la musculatura paravertebral, porque aún no la “ha conectado” a su
conciencia y sus sistema nervioso aún no se ha mielinizado como para lograr
dicha conexión. Provoca distensión abdominal (recordar que el bebé necesita
abdominales tonificados para lograr sentarse), por lo que finalmente esta
posición termina por obstaculizar el desarrollo de la motricidad: el bebé no se
sentará, lo sentarán, no gateará, tendrá un equilibrio precario, lo pondrán de
pie, lo obligarán a caminar, porque no hace nada por sí mismo y “necesita
estimulación”.
BEBÉ QUE HA SIDO COLOCADO EN DV SIENDO DEMASIADO PEQUEÑO. PADECE EL PESO DE SU CABEZA. |
BEBE QUE ESTÁ APRENDIENDO A GIRAR SOBRE SI MISMO DE MANERA AUTÓNOMA. OBSERVAR TODO SU CUERPO INTEGRADO AL MOVIMIENTO Y A LA POSTURA
BEBÉ QUE HA LOGRADO DARSE VUELTA POR SÍ MISMO
Finalmente el niño termina
haciendo todo, caminar, etc., (recordar, la fisiología es inevitable) y el
adulto, en su mala lectura, cree que fue gracias a su intervención.
No ve que la pérdida de la
iniciativa lo convierte en esclavo de sus intervenciones, porque el niño pide y
demanda que se ocupen de él, porque ha perdido la oportunidad de conocerse y
hacer lo que le gusta.
Este tipo de experiencias forma
parte de los factores que generan a un niño con poca capacidad para gestionar
su frustración, con enorme sensibilidad, que estalla en llanto “de la nada”,
que siempre está enojado o con el ceño fruncido, y con predisposición a la
violencia.
La frustración es precursora de
estas situaciones y un niño cuya fisiología del desarrollo ha sido
sistemáticamente frustrada, padece de un desajuste biológico, y también
emocional, como describí al principio del artículo.
¿Entonces?
Por último, no estimular no es
abandonar. Ni tampoco dejar que haga lo
que quiera. Es acompañar. Estar junto a mientras hace. Pero no hacer-le
(sentarlo, rodarlo, etc.). Si el niño no sabe que existe la postura a la que
algún día llegará, tampoco tiene la ansiedad por alcanzarla. Disfruta de su aquí y ahora, porque eso es su máximo en este momento. Se permite posarse y
transitar su camino con total placer y tiempo para conocerse y conocer el mundo
que lo rodea.
El adulto es el responsable de
brindar un entorno seguro, vestimenta adecuada, que no limite los movimientos y
permita éxito total en su autoexploración, y la del entorno. Mostrará el
encuadre, cuál es su espacio destinado a su actividad, con qué elementos podrá experimentar,
qué se puede hacer y qué no. Son los niños que llegan a un lugar y observan
absolutamente todo el espacio antes de decidir qué hacer. No tienen apuro por
abalanzarse, más bien todo lo contrario. Evalúan muy bien dónde están, con quiénes, qué pueden hacer y con qué. No es desconfianza, es prudencia. Son cuidadosos de sí mismos y de los otros niños. No molestan, y tampoco
permiten que los demás lo hagan.
Incluso, respecto de las
situaciones de prematuridad, síndrome de down, hipotonía, etc. (diagnósticos
ante los cuales hay una indicación casi directa e inmediata de estimulación), tiendo a ver a
ese niño como perfecto tal cual es, (no necesita alanzar un ideal) y a observarlo respetuosamente para
determinar si realmente es necesaria o no, una intervención. La indicación de intervención
debe ser sumamente cuidadosa y destinada a afinar sus habilidades, para
ayudarlo a estar más conforme con sus propios resultados. Por lo pronto,
deberán ser realizados a un niño que sea consciente de sí mismo, y que él pueda
administrar cuánto, cuándo y qué, con el objetivo permanente de que siempre se
sienta dueño de su destino.
A veces me pregunto para qué
existen tantos cursos de desarrollo personal. He formado parte de algunos, y la
mayoría de las personas que participaban, expresaban disfunciones profundas, hablaban de su
infancia y de las enormes limitaciones que padecieron por parte de sus adultos.
Como para pensarlo.
Ejercicio: comparto diferentes ejemplos de actividad autónoma y actividad dirigida.
Observarlos y preguntarse cuál genera sensación d comodidad y placer, o frustración y malestar. Bien, ahora imaginar lo que podría producir en el propio niño.
4 horas de juego en 5 minutos un bebé hace de todo, sin intervenciones del adulto.
un encuentro de juego libre niños que se organizan en el juego de manera autónoma