viernes, 27 de agosto de 2010

"Amamantar en la tierra de Genghis Kahn"


“Amamantar en la Tierra de Genghis Kahn”-Lactancia materna en Mongolia. Texto de Ruth Kamnitzer traducido por Ana Isabel Chinchilla
24 Agosto 2010 por Nohemí

Artículo publicado originalmente en www.drmomma.org


Ruth Kamnitzer
Hay en Mongolia un dicho muy utilizado que afirma que los mejores boxeadores toman leche materna durante al menos seis años, afirmación muy seria para un país en el que el boxeo es el deporte nacional. Me trasladé a Mongolia cuando mi primer hijo tenía cuatro meses y viví allí hasta que cumplió tres años.

Criar a mi hijo en aquellos primeros años en un lugar donde la actitud hacia la lactancia materna es tan radicalmente diferente de las costumbres que prevalecen en Norteamérica me abrió los ojos a una visión completamente diferente de cómo podría ser todo. Los mongoles no solamente prolongan la lactancia materna, sino que además lo hacen con más entusiasmo y menos inhibiciones que casi nadie de los que había conocido hasta entonces. En Mongolia, la leche materna no es sólo para bebés; no se trata sólo de nutrición y definitivamente no es un tema sobre el que se imponga la discreción. Es la madera de la que estaba hecho Genghis Khan.

Al igual que muchas madres primerizas, no había pensado demasiado sobre la lactancia antes de tener a mi bebé, pero minutos después de que mi hijo Calum saliera, se agarró a la teta y durantelos siguientes cuatro años no parecía nada dispuesto a soltarse. Tuve suerte, porque en muchos aspectos la lactancia nos resultó sencilla: ninguna grieta en el pezón, rara vez un pecho ingurgitado. Mentalmente las cosas no eran tan sencillas: a pesar de lo mucho que amaba a mi bebé y disfrutaba del vínculo que nos ofrecía la lactancia, en ocasiones resultaba insoportable. No estaba preparada para la magnitud de mi amor por él ni para la intensidad de su necesidad de mí en exclusiva y de mi leche. “No le permitas que te convierta en un chupete humano”, me advirtió una enfermera canadiense pocos días después del nacimiento de Calum, que mamaba a todas horas, pero yo repasaba todos los posibles motivos de su llanto (¿gases?, ¿pañal? ¿infraestimulación? ¿sobreeestimulación?) y por lo general acababa dándole teta de nuevo. Me preguntaba si hacía bien.
Entonces me trasladé de Canadá a Mongolia, donde mi marido llevaba a cabo unos estudios sobre vida salvaje. Allí los bebés están siempre envueltos en varias capas de gruesas mantas, atados con cuerda como un paquete que no quieres que se rompa en el correo. Cuando un paquete murmura, se le pone un pezón en la boca. No se les cambia muy a menudo y nunca se les hace eructar. No hay ni siquiera una manos en las que poner un sonajero. Por supuesto, no hay ratitos boca abajo. Los niños permanecen envueltos hasta al menos los tres meses, y cada vez que emiten un sonido, se les da de mamar.

Esto resultaba interesante. A los tres meses, los bebés canadienses ya tienen actividades sociales, incluso natación. Algunos aprenden a “calmarse solos”. Yo daba por sentado que había muchos motivos por los que un bebé podía llorar y que era mi trabajo averiguar la razón y darle la solución adecuada. Pero en Mongolia, aunque los bebés puedan llorar por muchos motivos, sólo hay una solución: leche materna. Dejé de darle vueltas e hice lo mismo.

En Canadá la lactancia materna aún está rodeada de cierto misticismo, pero en realidad no estamos demasiado acostumbrados a ella. La lactancia se realiza en casa, en grupos de lactancia, quizá en alguna cafetería: rara vez se ve en público y desde luego nosotros mismos no tenemos recuerdos conscientes de haber sido alimentados con pecho. A esta íntima actividad entre madre e hijo se la trata con secretismo y educadas miradas hacia otro lado, y se considera casi igual que las demostraciones públicas de intimidad en una pareja: no es tabú, pero sí que causan ligera incomodidad y son educadamente ignoradas. Cuando el silencioso y angelical recién nacido se convierte en un niño activo resuelto a comunicar a todo el mundo lo que está haciendo a cada momento, bueno, entonces esos ojos se apartan con mayor rapidez e intensidad, a veces con el ceño fruncido.

En Mongolia, dar el pecho en público, en lugar de relegarme a la sección de “sólo mamás”, me puso decididamente en el centro de atención. Su práctica universal de dar pecho en cualquier momento y lugar, así como la cercanía en la que la mayoría de los mongoles vive, implica que todos están acostumbrados a ver un pecho en acción. Les alegraba ver que hacía las cosas a su manera (que por supuesto era la manera correcta).

Cuando daba pecho en el parque, las abuelas me brindaban sus historias sobre cómo habían alimentado a sus doce hijos. Cuando daba pecho en el asiento trasero de los taxis, los conductores levantaban sus pulgares por el retrovisor y me aseguraban que Calum se convertiría en un gran boxeador. Cuando paseaba por el mercado acunando a mi hijo en mis brazos mientras mamaba, los comerciantes me hacían un sitio en su puestos y le decían al niño que se lo bebiera todo. En lugar de mirar a otro lado, la gente se inclinaba sobre Calum y le besaba la mejilla. Si se soltaba de la teta en respuesta a la atención recibida, dejando mi pecho chorreando y completamente expuesto, no pasaba nada. Nadie se quedaba mirando, nadie apartaba la vista: simplemente se reían y se limpiaban la leche de la nariz.

Desde que Calum tenía cuatro meses hasta los tres años, allá donde fuera, oía una y otra vez lo mismo: “La teta es lo mejor para tu bebé, lo mejor para ti” La aprobación constante me hacía sentir que hacía algo importante que interesaba a todos; exactamente la clase de aprobación pública que *toda* madre reciente necesita.

Para cuando Calum cumplió los dos años, yo ya había descubierto lo útil que podía ser la lactancia materna. Nada hace que un niño se duerma más rápido, alivia el aburrimiento de un largo viaje en coche, o calma una tormenta que se cierne, tan rápidamente como una poca leche calentita de mamá. Es la ayuda más útil para la madre perezosa, y yo creía que le daba todos los usos, pero los mongoles lo llevaban más lejos.

Durante los inviernos mongoles, pasaba muchas tardes en en el yurt de mi amiga Tsetsgee, huyendo del frío glacial de fuera. Fue instructivo comparar nuestras técnicas de crianza. Cuando estallaba una pelea por los juguetes entre nuestros hijos de dos años, mi primera reacción era restablecer la paz distrayendo a Calum con otro juguete al tiempo que le explicaba los principios de compartir las cosas, pero esto llevaba tiempo y una media de éxito de tan sólo un cincuenta por ciento, En el restante cincuenta por ciento de veces, cuando Calum no quería dar su brazo a torcer y su frustración aumentaba hasta el punto de ebullición, lo cogía y le acunaba en brazos para amamantarle.

Tsetsgee tenía una táctica diferente. Al primer murmullo de discordia, se levantaba la camisa y empezaba a menear sus pechos con entusiasmo, diciendo: “¡Ven aquí, cariño, mira lo que tiene mami para ti!” Su hijo apartaba la vista de los juguetes para mirar las dianas de sus pechos y siempre se iba hacia ellos.

¿Media de éxito? Cien por cien.

Para no ser menos, adopté la misma estrategia. Allí estábamos, dos madres agitando los pechos como strippers compitiendo por atraer a un cliente. Si los abuelos estaban por allí, se unían a la representación. Los pobres críos no sabían a dónde mirar: la tranquilizadora plenitud de los pechos de sus madres, los mustios pechos planos de la abuela con su larga experiencia, o el extraño montón de carne que el abuelo se agarraba en su envidia de pechos. Por mucho que lo intente, no puedo imaginarme una escena similar en una reunión de la Liga de la Leche.

En mis clases prenatales en un pequeño pueblo de Canadá, donde nació Calum, nos mostraron la lactancia materna con un vídeo de una madre sueca de aspecto especialmente atlético, que daba pecho a su niño pequeño mientras esquiaba. La clase se estremeció: “Claro que es genial para los bebés, pero cuando ya empiezan a hablar y a andar…?” Todas parecían de acuerdo. Yo me callé.

Me tocó a mí sorprenderme cuando una de mis amigas mongoles me dijo que había tomado leche materna hasta los nueve años de edad. Me quedé tan boquiabierta y estupefacta que al principio me lo tomé a broma. Viendo ahora que mi hijo se destetó justo después de cumplir los cuatro años, me avergüenza un poco mi inflexible incredulidad. Aunque nueve años sea bastante edad para tomar el pecho, incluso para los mongoles, no está fuera del rango.

Aunque no siempre era fácil hablar sobre conceptos como “destete voluntario” con mongoles debido a la barrera idiomática, dar pecho “a largo plazo” parecía ser la norma. Nunca conocí a nadie que diera pecho a dos niños, lo cual me sorprendió, aunque debido a que los intervalos entre hijos son bastante largos, la mayoría de los niños dejaban de mamar entre los dos y los cuatro años.

Según UNICEF, en 2005 el 82 por ciento de los niños de Mongolia seguían con lactancia materna entre los 12 y los 15 meses y el 65 por ciento seguían entre los 20 y los 23 meses. El último hijo parece que simplemente continúa, de ahí la niña de nueve años que tomaba pecho, y si la sabiduría popular no se equivoca, de ahí la fama de Mongolia en el boxeo.

Cuando a los tres años Calum seguía tomando pecho con el entusiasmo de un recién nacido y yo me preguntaba cómo surgiría el destete, sentí curiosidad sobre qué animaba a los niños mongoles a destetarse solos. Algunas madres me dijeron que su hijo simplemente perdió el interés. Otras dijeron que la presión de grupo tuvo que ver, (he oído a adolescentes mongoles burlarse de otros diciendo “¡Quieres los pechos de tu mami!” del mismo modo que se dice “¡Corre con tu mamá!”). Cada vez más a menudo, las obligaciones del trabajo obligan a destetar antes de lo habitual: los niños a menudo pasan el verano en el campo mientras que la madre se queda en la ciudad trabajando, y durante esta larga separación a la madre se le retira la leche.

Mi amiga Buana, de veinte años, me contó su lactancia, digna de medalla de oro: “Me crié en un yurt lejos, en el campo. Mi madre siempre me decía que me la bebiera toda, que era buena para mí. Yo creía que todas los niños de nueve años lo hacían. Cuando fui al colegio, lo dejé.” Me miró con un brillo travieso en los ojos “ Pero aún me gusta beberla a veces”.

Destetarse me parecía un suceso bastante definido. Siempre esperé que, en algún momento, las tomas se reducirían y seguirían reduciéndose hasta que cesaran por completo. Se me retiraría la leche y ya está. Bar cerrado.

En Mongolia no sucede así. Hablando de lactancia con mi amiga Naraa, le pregunté cuándo su hija, entonces de seis años, se había destetado. “A los cuatro años” me contestó, “a mí me entristeció pero ella no quería tomar teta más”. Entonces Naraa me dijo que la semana anterior, cuando su hija había vuelto de una larga estancia en el campo con sus abuelos, quiso tomar teta. Naraa la complació “Me imagino que me había echado mucho de menos” explicó, “y fue bonito. Por supuesto, yo no tenía leche, pero no le importó”.

Pero si “destetar” significa no volver a beber leche materna, entonces los mongoles nunca se destetan del todo, y esto es lo que más me sorprendió de la lactancia en Mongolia. Si los pechos de una mujer están ingurgitados y su bebé no está cerca, irá sencillamente preguntando a sus familiares, de cualquier edad o sexo, si quieren beber. A menudo las mujeres se extraen una taza de leche para sus marido para darles un capricho, o dejan una poca en el frigorífico para que cualquiera pueda servirse.

Aunque todas hemos probado nuestra propia leche, le hemos dado a nuestras parejas para que la prueben, quizá hemos echado una poca al café en una emergencia ¿no?, no creo que que muchos de nosotras la hayamos bebido a menudo. Sin embargo a todo mongol al que he preguntado me ha dicho que le gusta le leche materna. El valor de la leche materna está tan reconocido, tan firmemente arraigado en su cultura, que no se considera como algo sólo para bebés. La leche materna se usa comúnmente de forma medicinal, se les da a los mayores como una cura para todo, se usa para tratar infecciones oculares así como (dicen) hacer más blanco el blanco de los ojos y más intenso el marrón del iris.

Pero sobre todo, creo que los mongoles beben leche materna porque les gusta el sabor. Una amiga mía occidental que se extraía leche en el trabajo y dejaba la botella en el frigorífico de la oficina se encontró un día la botella medio vacía. Ella se rió: “¡Sólo sospecharía de que mis compañeros se beban mi leche en Mongolia!”

Vivir en otra cultura siempre te obliga a re-evaluar la tuya. No sé cómo hubiera sido dar pecho a mi hijo en sus primeros años en Canadá. La avalancha de observaciones positivas que recibí en Mongolia, así como la aceptación sincera de dar el pecho en público simplemente me asombró, y me dio la libertad de criar a mi hijo de una manera que me parecía natural. Además de las pequeñas diferencias en nuestras costumbres de lactancia, los detalles de cuánto y cuándo, concluí que había una diferencia más grande en nuestros métodos de crianza.

En Norteamérica valoramos tanto la independencia que aparece en todo lo que hacemos. Sólo se habla de qué come tu bebé ahora, y a cuántas tomas has reducido. Incluso aunque no seas la que hace estas preguntas, es difícil escapar de su impacto. Además se venden tantas cosas para que tu hijo se entretenga solo y te necesite menos que el mensaje es claro. Sin embargo en Mongolia, la lactancia no se identifica con dependencia, y el destete no es una meta. Saben que sus hijos crecerán; de hecho, un niño mongol normal de cinco años es mucho más independiente que uno occidental. No hay prisa por destetar.

Probablemente lo más valioso de criar a mi hijo en Mongolia fue que me di cuenta de que hay un millón de maneras de hacer las cosas, y que yo podía elegir cualquiera de ellas. Durante la lactancia de mi hijo tuve varias dificultades, y tomé y deseché ideas y prácticas en mi intento de forjar mi propio estilo. Me alegro de haber amamantado a Calum tanto tiempo: fueron cuatro años al final. Creo que la lactancia fue lo mejor para mi hijo, y que tendrá una influencia duradera en su personalidad y en nuestra relación.

Y cuando gane la medalla de oro de boxeo en la Olimpiadas, espero que me lo agradezca.

Nota: 1. UNICEF Childinfo, “Monitoring the Situation of Children and Women: Infant and Young Child Feeding (2000-2007)” (January 2009): www.childinfo.orglbreastfeeding_countrydata.php

Ruth Kamnitzer vivió durante tres años en una tienda tradicional de tela en la campiña mongola mientras su marido,Steve, llevaba a cabo unos estudios sobre el gato de Pallas de Asia Central. Es licenciada en Conservación de la Biodiversidad y hoy en día vive en Bristol, Reino Unido, con Steve y Calum.

jueves, 19 de agosto de 2010

¿Que es el parto?

Es la fase más breve. fácil y segura de la reproducción y la única que dado el caso, la mujer puede realizar completamente sola, aunque ello no sea deseable, no por la parte física, sino por la psicológica por que el parto provoca una emoción tal que es conveniente compartirla con una persona amada, el más indicado de todos, el padre del bebé que es bueno que comparta su nacimiento.

El parto es la etapa final, aquella en la que se recoge el fruto, es resultado de una larga espera, el momento en que se satisface una gran ilusión.

Físicamente el parto no es más un simple trabajo muscular. Las fibras longitudinales del útero “tiran” del cérvix hacia arriba, hacia el fondo del útero, al contraerse, al disminuir su longitud, obligando a que el cérvix se acorte, se aplaste y desaparezca, absorbido por la parte inferior del útero.

Tras un descanso más o menos breve, las contracciones se reanudan, dirigidas siempre hacia arriba y van agrandando poco a poco el orificio cervical, a lo cual 0’¡contribuye la bolsa de las aguas, cuya elasticidad permite que se insinúe dentro del orificio, por pqueño que éste sea. A cada contracción, el útero se achata y se achica y el agua que no puede achicarse, lo que hace es tomar presión y expande la parte de la bolsa introducida en el orificio, con la fuerza, hidraúlica, a la vez suave y potente del líquido contenido en ella.

Cuando la dilatación alcanzaun diámetro entre 8 y 10 centímetros, si el feto está en su debido posición, el primer diámetro que presentará a su salida será el bioccipital,

unos 7 cm. Si la mujer permanece en pie, el feto caerá en la vagina por su propio peso, lubricado por el vernix caseoso, destinado, precisamente a hacerle resbalar.

La vagina es de un tejido sumamente elástico y está separada del recto por un tabique muy delgado. La parturiente tiene la sensación de tener el recto eccesivamente occupado y su cerebro se persuade también de ello. A la salida del feto, el útero se retrae, las contracciones cesan y hay en período de descanso, como una recuperación de fuerzas preparándose para el alumbramiento, pero la mujer está muy molesta, con aquel bulto empujando contra el tabique recto/vaginal y el cerebro decide dar la orden de vaciar el recto, por el mismo procedimiento que se vcía siempre, por la contracción de los músculos abdominales, presionan de afuera a adentro y obligan al feto a salir, pero éste se encuentra en su camino un obstáculo inesperado: por la parte posterior ha salido ya parte de la cabeza, desde la coronilla al cogote, pero por delante, la cara está aún dentro de la vagina. Las eminencias frontales se han quedado paradas contra el pubis materno. Para colmo de desdichas, el periné ha decidido convertirse en canal blando del parto e impide la salida del feto, colocándose, como si fuera un capuchón sobre la cabeza fetal. ¡Vaya un problema! En el hospital lo arreglan rápidamente, con un buen tijeretazo, pero merece la pena pararse a pensar ¿por qué se comportará el periné en el parto de un modo tan extravagante?

El organismo humano es una máquina perfecta, todo vale para algo, cada órgano, cada parte del cuerpo, tiene una misión útil y concreta. Ya se sale que el periná es el suelo del abdomen que ejerce un importante papel coadyudando a sostener ensus debida posición las vísceras abdominales, pero esa intrusión en el parto, como para ne dejar salir al pobre feto, tratando de impedir o, por lo menos, retrasar su llegada a este mundo. Le di muchas vueltin en mi magín a este problema y, de repentehallé, como por milagro, la solución: La Naturaleza ha previsto que para el feto es un gran “choc” encontrarse, de pronto en un Mundo desconocido y, de momento adverso y a encargado al periné que se encargue de que el feto salga despacito, poco a poco, suavemente. ¡Pobre periné! Se juega la vida por evitar que el feto sufra al nacer bruscamente. ¡A me daba pena ver como que ponía pálido, transparente, casi como un cristal y tan frágil como si lo fuera! A todas las comadronas de mi época, nos enseñaban a proteger el periné, en la Escuela de Matronas, en las Maternidades de lasque entonces había varias muy buenas, lo aprendíamos unas matronas de otras, discutíamos si la maniobra de Olshausen era mejor o peor que la clasica de Bumm. Que periné quedara intacto, como si la mujer no hubiera parido, era motivo de orgullo profesional para todas y cada una de nosotras. Protegíamos los perinés con suavidad y amor, ibamos retirando, poco a poco nuestras manitas, mientras el periné se iba arrugando de nuevo y detrás de la frente surgían los ojos, la nariz, la boca y la barbilla del feto que salía como no por arte de birlibirloque, sino gracias a que el feto sabía hacer, sin que nadie se lo hubiera enseñado, aquellos cuatro movimientos, de rotacuón interna, flexión, deflexión y rotación externa, que todas habíamos estudiado. No sé si a mis colegas les pasaba lo que a mí, que me quedaba extasiada y maravillada al ver con cuantan precisión y limpieza los ejecutaban los fetos, ¡como si no fuera la primera y única vez que nacían, como si estuvieran acostumbrados a nacer, a respirar, a mamar! ¡¡Todo lo sabían hacer solos!! Siendo hijos de unas madres que no sabían parir, pero que tampoco tenían miedo, que soportaban estoicamente los dolores, que creíamos inevitables del parto y se olvidaban de ellos apenas tenían al bebé en sus brazos. ¡Que gratificante era ser matrona entonces, cuando el parto era un grato y alegre acontecimiento familiar, cuando cada bebé traía no un pan bajo el brazos, aunque buena falta nos hacía, sino sonrisas, amor y paz.


Consuelo Ruiz Vélez-Frías


Ha sido mujer, madre, matrona, , (ha fallecido en el año 2005) y nos ha dejado un legado de buen saber.

miércoles, 11 de agosto de 2010

UN PAPÁ, un señor papá.

Pienso, siento, escribo, mas que nada siento, escucho música y me salen tantas emociones!!!

Una amiga me dio una música muy linda que es música devocional. Supuestamente abre el chakra cardíaco, el del amor.

Me da ganas de escribir y transmitir lo que siento.

Parece que me conecto con mi ser, con mi interior y veo pura felicidad, privilegio de tener tantas cosas que por momentos pasan de largo como si fueran ya parte de todo, es que en realidad son parte de todo, pero un todo que se completa día a día y aveces se olvida de que existen tantos eventos individuales que logran formarlos.

Es increíble que Juana sea parte de mi, de ese "todo", es inmensa la felicidad que siento cuando la veo, cuando la huelo, cuando nos miramos a los ojos, cuando lo doy y me da un mimo. Me siento ENORME, me siento fuerte, quiero transmitirlo, quiero que lo sepa y que lo sepan todos.

Yo soy hijo, fui bebe. En cada una de estas sensaciones la siento a "ella" (mi mama Maria Estela), cada caricia que doy tengo la sensación que me lo esta dando "ella".
Estos últimos días, creo que en una parte de mi chakra encontré su amor y su cariño y también es parte de ese "todo".

De la madre que tengo al lado día a día (Maria del Mar) me enorgullece la entrega, la hermosura, la paciencia, también es parte del "todo" que me completa.

Estoy muy feliz y orgulloso de ser padre, ser hijo y de ser esposo de una mujer maravillosa!!!

Gracias al amor!!!, gracias a la vida!!!!

Papá http://princesitadeesmeralda.blogspot.com/

(y vean la peli)

lunes, 2 de agosto de 2010

Desnaturalizados

Comunicación Mensual Nro15- Julio 2010



“Desnaturalizados ”



Seguimos recopilando indicadores que denuncian la manera en que hemos alterado nuestra naturaleza.

La vida agitada, urbana, productiva y tecnológica viene atentando contra nuestra condición humana. Retomo para reflexionar el Boletín anterior dedicado al destete cuya temática -de apariencia femenina- involucra a todos. Confirmo con tristeza que en la Argentina el 78, 4% deja de amamantar antes de los seis meses. Un tiempo que toda evidencia científica e intuitiva confirma que es demasiado pronto. No me detengo a profundizar excepciones ni casos individuales que justifican un destete temprano. Hablo del promedio.

Surge una hipótesis y la comparto: el destete es un patrón vincular que da cuenta del apego con nuestras crías y cuando se vive de manera natural sienta bases de salud psíquica. Por el contrario, la manera en que se transita este proceso en la actualidad refleja una de las fuerzas que da origen a los padecimientos del hombre moderno.



Una vez más comprobamos que estamos intervenidos. No tenemos paciencia para respetar nuestros ritmos vitales. Cuesta vincularnos y sufrimos una alta tasa de “desnaturalización” que nos enferma.



Somos testigos de la intervención por todos los costados. En lo superfluo y en lo hondo: ecosistemas, nacimientos, pómulos y labios. Nos hemos dejado intervenir hasta en nuestros procesos más fisiológicos. Nos cuesta parir (el índice de cesáreas es francamente aterrador) y ni mencionar vivir conectados a nuestros ritmos internos. Somos cada vez más pobres para disfrutar de lo gratuito, y la vida es cada vez más cara.



Volviendo al destete, escuchamos incontables historias de mujeres boicoteadas para abandonar la lactancia. Falta de apoyo o simple desinformación. Infundados consejos médicos y psicológicos en nombre de la independencia, perversos intereses económicos de las leches artificiales, escasos modelos de maternaje con apego. Mujeres que pierden su poder y su derecho a dar la teta hasta que tengan ganas. Familias forjadas a entrar rápido al sistema mercantil perdiendo la gratuidad de la leche materna. Y el riesgo que supone la interrupción de ese fluido vivo que nos mantiene conectados piel a piel, haciendo gala de nuestra condición mamífera.

Podemos imaginar las primeras comunidades de hombres, y saber que la lactancia materna fue lo que mantuvo viva a la especie generación tras generación. Hoy pensamos que podemos prescindir o sustituir esta primera ligazón con tetina plástica y leche de vaca o cabra premium. Una madre primeriza preguntaba cual era la mejor leche para comprar para su bebé. La tuya. Buscamos afuera, y está adentro.

El destete es un proceso que lleva tiempo, y eso es lo que menos tenemos. Requiere respeto, escucha y estar atento a las necesidades de nuestros hijos. Cómo nos cuesta! Se ve claramente una falta de cultura de amamantamiento en las grandes urbes y cuesta integrar maternidad con trabajo.



Sin embargo, hay un grupo de mujeres que están trazando un nuevo surco.

Planteo un escenario con tono dramático pero al mismo tiempo algo esta pasando y se empieza a mover. La fuerza del péndulo que equilibra.



Un impulso que viene desde bien adentro y se manifiesta en diferentes voces y acciones. Se palpita por ejemplo en la cantidad de movimientos que revalorizan una vuelta a lo “natural” (ecología, alimentación orgánica, parto respetado, lactancia materna etc.) y en la toma de conciencia individual de que así no podemos seguir viviendo. Si continuaron leyendo hasta aquí imagino que pueden estar sintiendo algo parecido.

Lic. Carolina Gowland

Psicóloga

carolinagowland@gmail.com



TE: 1550251245

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