lunes, 15 de julio de 2013

El desarrollo de la Motricidad Autónoma. (Primera parte).

 
Esta nota se encuadra dentro del Paradigma Pikleriano .
La Motricidad Fina
Cuando surge el tema del desarrollo de la motricidad es interesante preguntarse qué entiende cada uno por ese término. Normalmente estamos muy pendientes de si nuestro bebé (o sobrino, o nieto, o hijo de amiga o de vecina) ya se da vuelta, ya se sienta, ya gatea, ya se pone de pie, ya camina, etc. Y si no lo hace, comenzamos a demostrar desilusión, motivada porque nuestras expectativas sobre lo que sabemos de un bebé no están siendo satisfechas. Esto ocurre porque solemos encandilarnos por lo más visible, el manejo global del cuerpo, el desplazamiento (la lista mencionada unas líneas más arriba), y dejamos de ver otro enorme universo que posibilita el  desarrollo de aquél mas visible, en el que nos hemos comúnmente enfocado.
Pues bien, el desarrollo de la motricidad gruesa es sólo una parte del desarrollo motor autónomo, ese patrón observable que describió impecablemente la Dra. Emmi Pikler cuando tuvo la oportunidad de observar miles de bebés que se criaban en el orfanato que ella dirigía (más de 4 mil niños fueron recibidos allí durante su periodo primal* y luego dados en adopción).

Para que la motricidad gruesa comience a mostrarse, primero deben ocurrir otros fenómenos, que al ignorarlos, corremos el riesgo de no promover su aparición espontánea y oportuna, como por ejemplo, la inhibición de los reflejos que trae un recién nacido, que le permiten sobrevivir en el momento del nacimiento y los días subsiguientes, pero que necesita comenzar a inhibir para poder desarrollar el movimiento voluntario.
Entonces la que aparece más visible y necesaria de desarrollar, para el buen observador, es la motricidad fina y la coordinación. (Emmi Pikler y sus seguidoras también escribieron mucho sobre esto, pero no es lo que popularmente ha trascendido más).

Imaginemos que tenemos la oportunidad de observar un bebé desde su nacimiento.
Durante todos los meses en los que un bebé permanece acostado boca arriba, ¡no está pasivo!
Está trabajando enormemente para lograr dejar de sacudirse. Está haciendo un tremendo esfuerzo para lograr mirarse la mano cuando él quiere, no cuando a ella (a la mano) se le ocurre. Está concentradísimo en descubrir que puede abrir y cerrar la mano las veces que quiere, con la intensidad que quiere. Dirige la mano hacia un lado y la sigue con la mirada. ¡Guau! ¡Estoy conectado!, confirma.

Repite este gesto muchas, cientos, miles de veces. Para asegurarse de que no fue por casualidad, por un movimiento errático, como todos los otros que venía teniendo. “¡Este lo domino yo!”
Imaginen si antes de lograr descubrir su mano, de lograr moverla a voluntad, alguien le separa los dedos a la fuerza y le coloca un elemento recreativo. El bebé no puede desprenderse de ese objeto. Sacude su brazo con desesperación y ¡nada!, “¡esa cosa sigue agarrándome!”

Es muy común que un bebé con un elemento al que no pudo tomar (ni soltar) termine llorando a los pocos minutos, o al menos poniéndose muy nervioso.
Es que a los padres se nos confunde “lo que vemos” con lo que quisiéramos ver. Y ¿por qué tanta ansiedad constatar que nuestro bebé (o el de la amiga, etc.) hace todo (toma los juguetes, se entretiene, se sienta, etc.) ¿Será que queremos comprobar que es sano, inteligente, independiente, bachiller, arquitecto? Seguramente nuestra mirada también está contaminada por nuestra propia crianza. Y las crianzas no han sido mayormente respetadas u orientadas hacia el punto de vista del niño, sino enfocadas en lo que el adulto espera del niño, o sea el punto de vista del adulto.

Sigamos con este bebé que venimos observando. Lo conocemos desde que nació, y en esos días lo vimos hecho un ovillito, todo plegado y reproduciendo la forma intrauterina.
¡Está redondo! Si lo llegáramos a sentar, por esas cuestiones de cegueras del adulto, ¡rodaría!

En cambio, hemos visto que su mamá lo tiene mucho en brazos (el apego emocional, tiene como hermoso beneficio mecánico la ayuda a inhibir los reflejos que traemos del nacimiento), y cada tanto lo apoya en una superficie plana y segura (una colchoneta de 2 cm de alto) en el piso. Y ¿qué comenzó a ocurrir? Adivinable… ¡comenzó a estirarse! Es como si sacara su cabeza, sus ojos, sus brazos y hasta sus piernas del moldecito, y quisiera llegar cada vez más lejos con cada uno de ellos. Detengámonos a observar su esfuerzo. ¿Qué necesita entonces este bebé? ¿Estar en una sillita, donde la cabeza le pesa y se le hunde entre los hombros? Una manera de chequear si hemos elegido la posición adecuada para el bebé, es mirar la expresión de su rostro. Mirar su expresión. Así tendremos un elemento más de evaluación acerca de nuestras acciones con él (y no sobre él).
Y resulta que, pasado un tiempo (nunca sabemos cuánto) este bebé descubrió sus manos. Se las mira, extasiado, una y otra vez, las abre, las cierra, constata que es él quien las acciona. Puede que entonces sí le interese tomar algo que esté  su alcance y se adapte a la forma y tamaño de su mano. ¿Qué podría ser? Un sonajero tiene una forma demasiado compleja, para que su manito pueda adaptarse. Además suelen ser de material duro, y puede golpearse a sí mismo. ¡Mejor, algo de tela! Un cuadradito de tela, un pañuelo de bellos colores y de tamaño pequeño como para poder manipularlo exitosamente.

¿Cuál es la gran importancia del desarrollo adecuado de la motricidad fina? Quizá la respuesta aflore luego de este planteo. Recuerde a alguien que quiso abrir un paquete de galletitas, o de caramelos, en donde había que manipular hábilmente la cinta abridora, o desplegar con cierta habilidad las capas de envoltura. No han de faltar en su memoria alguna persona (o usted mism@) perdiendo la paciencia sacudiendo el paquete o estrujándolo con el mágico deseo de que se abra por sí mismo. ¿Qué habilidades de motricidad fina ha ostentado esa persona? O un bebé más grande, que comienza a pararse y treparse, y necesita tomarse con éxito del mueble o elemento de ayuda. Si fracasa recurrentemente en el agarre (y termina cayéndose), podría sospecharse que su patrón de motricidad delicada no se forjó al máximo de su potencial.
La motricidad fina es la que permite la independencia de las sutilezas. Así como la motricidad gruesa, la de desplazamiento y postura, posibilita justamente dejar de depender de ser transportad@, la motricidad fina es la que permite a uno vestirse, manipular alimentos (como cocinar, pelar frutas, etc.), higienizarse, alimentarse. Ni qué hablar de la expresión artística como tocar un instrumento, pintar, etc.
Quizá a partir de esta reflexión aparecerían varias respuestas acerca del por qué de ciertas habilidades o por el contrario limitaciones con las que un adulto se encuentra en la actualidad.
Esperando haber sembrado semillas de observación y de paciencia hacia los bebés, me despido hasta el próximo artículo, en el que continuaremos con el desarrollo de estas ideas.

*Periodo que se extiende desde la gestación hasta el tercer cumpleaños aproximadamente. En este lapso se forjan los patrones de comportamiento, vinculares, afectivos y motrices que luego se desarrollan a lo largo de la vida de la persona.
 Melina Bronfman


Melina Bronfman es Musicoterapeuta, Terapeuta corporal (Eutonista) y Doula. Se capacitó en el Instituto Pikler Lóczy en 5 oportunidades accediendo a los módulos sobre educación y desarrollo 1 y 2, juego, límites sin violencia y enfoque familiar. Personalmente además descubrió que la metodología pedagógica coincide con lo conceptos que se intentan difundir: los participantes a los cursos suelen descubrir y ampliar su potencial, con mucho placer.