Crianza
¿Qué es
el enfoque Pikleriano?
La respuesta a esta pregunta abre otras preguntas. ¿Se trata
de un abordaje corporal del niño? ¿De una propuesta de crianza? ¿Se enfoca en
el desarrollo motriz? ¿En el desarrollo emocional? ¿Educativo?
Podríamos comenzar por saber qué quiere decir
“Pikleriano”. Emmi Pikler fue una
pediatra que se desempeñó en Hungría en el siglo pasado como médica familiar,
hasta que comenzó a dirigir un orfanato. En la Hungría de la posguerra
aparecieron cientos, miles de bebés de los que en muchos casos poco, o nada se sabía.
Padres muertos en la guerra, hijos de enfermos de tuberculosis que preferían abandonarlos antes que someterlos al proceso cruel de su enfermedad. Esto fue una tragedia muy común en la posguerra y
se abrieron muchísimos orfanatos en toda Europa. A diferencia de otras
instituciones de Europa del este de la posguerra,
E.P. definió como una calidad de excelencia para la atención de los niños, la
posibilidad de desarrollar en los niños el apego, aunque fuera un “apego institucional”.
Ella pautó que los bebés recibieran de manera imprescindible una atención privilegiada basada en la calidad del vínculo. Quizá una cuidadora se podría dedicar
a cada niño sólo sesenta minutos de todo su turno de 8 hs con los 8 niños que
cuidaba. Pero ese momento de exclusividad era de una calidad extraordinaria en
la atención que el niño recibiría. Esto implicaba higienizarlo (o alimentarlo)
con mucho cuidado, llevando a cabo las cuidadoras los movimientos diseñados por
E.P. (casi como una coreografía) para que cada niño supiera siempre por dónde comenzaban a tocarlo, y de esta manera, él podía prepararse y participar
activamente del momento. Esta atención exclusiva ponía énfasis en el niño y no
en la cuidadora: “cómo te ha crecido el pelo”, “¡vaya, cómo estás jugando!”, “te
gusta esta camisa, ¿verdad?” son ejemplos de comentarios que enriquecen el
intercambio corporal entre cuidadora y bebé. El niño luego volvía al espacio de
juegos lleno de esa experiencia y de referencias personales que le servían para
construir un registro profundo y certero de su existencia, a pesar de no tener
mamá.
¿Y cómo pasaban los
niños el resto del día? En un espacio de
juego, término que para los educadores clásicos debe ser traducido o
reinterpretado. El espacio de juego no es un espacio de recreación, aunque para
el adulto distraído eso parezca.
El juego es en
realidad, el trabajo del niño. No es
lo que los adultos llamamos cómunmente juego,
un “como si”. Para ellos jugar, ES. Y ese espacio de experimentación sólo
puede ser realmente aprovechado cuando el niño, además de tener sus necesidades
de supervivencia satisfechas, tiene también las emocionales y vinculares. En la
casa cuna de la calle Lóczy los niños se la pasaban experimentando. Y ¡vaya si
lo hacían! E.P. constató a través de múltiples observaciones (que más tarde
devinieron en investigaciones de carácter único) que los niños desarrollaban su
motricidad de manera personal, en una evolución constante y exquisita, en donde
cada logro “corporal” era sólo la cara visible de la construcción del ser en su
totalidad. Un niño que conoce muy bien dónde está, con quién, que no tiene
ninguna preocupación, que es feliz, por el solo hecho de existir, que no siente
que debe complacer a nadie, ni “portarse” de determinada manera, no tiene
distracciones de su verdadero trabajo y sólo se ocupa de desarrollar su
potencial al máximo.
PIkleriano significa entonces un gran conocimiento por parte
del adulto de las etapas de desarrollo de un niño durante el periodo primal, en
todos sus planos: emocionales, físico-fisiológicos, cognitivos. Y a su vez un
enorme respeto por el desarrollo progresivo y personal, y el interés que cada
niño manifiesta durante el mismo.
Pikleriano implica brindar un espacio en donde esto pueda
ocurrir, sin obstaculizadores de ninguna clase. Ni en la vestimenta, ni en los
elementos, muebles, juguetes (ni siquiera la vajilla), ni el entorno lumínico-sonoro.
Representa un adulto entendiendo el punto de vista del niño,
un adulto que no procura obtener un resultado, sino que se enfoca en el interés
y capacidades del niño y en su “aquí y ahora”.
Pikleriano a su vez no es dejar al niño hacer lo que desee
mientras uno sea amable con él. También incluye la visión que el adulto tiene
del niño. Brindar un encuadre de acción y de intercambio con pares en donde desarrollar el potencial al máximo
no signifique transitar caminos riesgosos, lastimarse o lastimar a otros. La anticipación ante situaciones
potencialmente peligrosas, y la asistencia al niño cuando las atraviesa (por
ejemplo cuando aprende a subir y bajar las escaleras) sin interrumpirlo pero
tampoco exponiéndolo a riesgos evitables.
Es orientar el
potencial, no limitarlo.
Emmi Pikler pedía expresamente que no se hablara de
“método”. Justamente porque “método” insinúa una serie de pasos que deben
seguirse para obtener un resultado, muchas veces torciendo o desvirtuando la
naturaleza de aquello que es “metodizado”.
En este caso es todo lo contrario: los resultados son en
realidad pautas de observación de un proceso natural y fisiológico, que ocurre
gracias a la maduración cerebral más las condiciones adecuadas (emocionales,
vinculares, espaciales, etc.) para que esto ocurra.
Además de todo lo descripto, falta señalar un último
detalle, que quizá debería ser el primero:
El placer, estado de alegría, interés e iniciativa con el
que se ve a los niños simplemente vivir. Descubrir el mundo, regodearse en el
desarrollo de sus propias destrezas por el simple placer de constatar lo que es
un logro propio, con mérito auténtico de haberlo hecho uno mismo.
El placer es compartido por el adulto: porque éste ve el
resultado de su trabajo en el rostro y competencias aumentadas del niño.
Es como si fueran socios: el adulto dice “yo estoy contigo
mientras tú haces lo que necesitas y puedes para desarrollarte”. Y el niño dice
“yo estoy muy tranquilo si me siento acompañado y al mismo tiempo nadie me exige
nada y puedo dedicarle el tiempo que necesite para entender cómo funciono”. Y
ambos se dicen “gracias, te felicito” al unísono.
Melina Bronfman es Musicoterapeuta, Terapeuta corporal
(Eutonista) y Doula. Se capacitó en el Instituto Pikler Lóczy en 5 oportunidades
accediendo a los módulos sobre educación y desarrollo 1 y 2, juego, límites sin
violencia y enfoque familiar. Personalmente además descubrió que la metodología pedagógica coincide con lo
conceptos que se intentan difundir: los participantes a los cursos suelen
descubrir y ampliar su potencial. Con mucho placer.