La Mala Educación
por Florencia La Rosa
Los antiguos griegos ya se preguntaban si el ser humano nace malo o se hace. Dos mil quinientos años después, una teoría ha resultado predominantemente ganadora: el hombre (como género, válgale la aclaración a algunas nuevas feministas por ahí) es malo por naturaleza. Desde que utiliza por primera vez sus pulmones. Desde que sus ojos se ciegan de luz artificial. Desde que el constante contacto con el cuerpo materno se transforma en un vacío inmenso y terrorífico. El hombre (y aunque aquí sí se podría realizar el chiste de que esta vez se trata específicamente del sexo masculino, no lo voy a realizar) es malo. Y punto.
¿Solución? Madres primerizas, tomen nota. Dos puntos.
Si su bebé llora, déjelo llorar. No importa si a usted se le parte el alma al medio. Menos, si se siente culpable. Son sólo tonterías instintivas del alma femenina. Deséchelas por completo y préstele atención a la sabia voz de la ciencia. Repito. Dos puntos. Mayúscula. Déjelo llorar. Porque ese pequeño ser de tres meses le está “tomando el tiempo”. Su cerebro de ochocientos gramos planea estrategias para dominarla en todo momento. Ese bebé de, más menos, cinco kilogramos de peso, conoce a la perfección el doble discurso y le encanta burlarse de usted haciéndole creer que le duele algo, cuando en realidad se aburrió de sus tontos juguetes para bebés de cinco kilogramos de peso. Ese cachorro de alrededor de 60 centímetros de largo, teje maquiavélicas formas de acercarse a usted y reclamarle su tiempo, cuando en realidad es sabido que las tareas domésticas y el trabajo diario requieren de una gran parte de su atención. Esa cría, cuyo perímetro cefálico es de 40 centímetros, se rebela ante los horarios correspondientes de cada comida y, como un glotón anarquista, demanda tomar el pecho antes de cada tres horas (las recomendadas por su pediatra), y hasta desea quedarse más de los cinco a diez minutos estipulados de succión en cada una de sus mamas. ¡No lo permita! Repito. Dos puntos. Mayúscula. Signo de exclamación. ¡No lo permita! ¿Dónde se ha visto semejante osadía? ¿O acaso usted en sus, digamos 30 años de vida, más menos un metro sesenta de altura, cincuenta kilogramos de peso, y un cerebro de un kilogramo, come cada vez que quiere? ¿O cada vez que tiene hambre? ¿Durante más de veinte minutos?
Y ni hablar del tema de “querer estar a upa”. Intente tenerlo encima lo menos posible, así aprende desde el vamos a estar un poco solo y a valerse por sí mismo. Como usted, que al ser criada de la misma forma, no necesita de nadie y pide poco. Y por favor, no crea eso de que el enorme espacio que lo circunda lo aterra; que el no saber donde se encuentra usted le da miedo; que los ruidos son fuertes y desconocidos; o que necesita cariño constante. Esas son falacias de los débiles románticos contemporáneos. En realidad, el demandante enano quiere ser atendido debido a un enorme ego, propio del ser humano al nacer. Ese ego debe ser apaciguado por usted para formar un hombre (no vamos a repetir lo del asunto del género ya que sería sumamente obvio) sumiso y obedecedor del orden establecido. El bebé humano es un ser narcisista que sólo quiere que le presten atención porque se ama tanto a sí mismo que no soporta que nadie lo mire. ¿O acaso usted anda pidiendo abrazos y besos todo el tiempo? Y bien entiende cuando, en su defecto los pide, le dicen que no. Seguramente su marido, amigo, padre, o hermano, tendrá menesteres muy importantes de los que ocuparse, como para estar acariciándola a usted a cada rato.
Le pido por favor entonces que haga un esfuerzo y deje su animalidad a un lado, ya que es sólo eso: animalidad. Por más que quiera tener a su cría todo el tiempo con usted, darle de mamar cada vez que quiera durante el tiempo que quiera, dormir junto a él, y besarlo sin parar, ¡absténgase! Repito. Dos puntos. Mayúscula. Signo de exclamación. Subrayado. ¡Absténgase! Civilícese y deje morir de a poco a esa leona que hay en usted. Son solo restos de reflejos arcaicos que con el tiempo irán desapareciendo para mejorar la especie.
De esta manera, esté usted segura que educará a personas que serán los líderes del mañana. Que harán del mundo un lugar tan maravilloso para vivir como el que usted y nosotros estamos haciendo. Así, se preserva la especie. La especie humana. Mala por naturaleza, buena por educación. Menos mal, señora, que tenemos cultura.
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